viernes, 5 de agosto de 2011

Infiel, por los pelos

El mes de julio acabé siendo infiel. Seguramente sabréis que siempre (siempre) había acudido a cortarme el pelo a la peluquería de Enrique, en la plaza de la Pescadería. Desde que me salió pelo en la cabeza era él el encargado de cortar una vez al mes mis primeros pelillos rubios.

Miento. Si fuerzo mi torpe memoria seguramente recuerde que ya alguna vez había sido infiel a Enrique... 

Recuerdo un peluquero retirado que atendía a gente en su casa para salir adelante allá por los ochenta, en mi más tierna infancia. Olía a polvos de talco, mezclado con ese aroma inconfundible a Álvarez Gómez. Me ponía un cojín grande y me cortaba el pelo mientras su señora iba y venía, escaleras arriba y abajo, a casa de la vecina o al ultramarinos que había debajo de su casa.

El verano era otra oportunidad para ser infiel. Ya no peinaba pelillos rubios sino castaños, pero tengo muy buen recuerdo de esas mañanas en las que cogía la bicicleta con mi padre y llegábamos a la plaza de abastos del Puerto para cortarnos el pelo. Allí era también un señor enjuto, de la vieja escuela, quien se encargaba de la tarea mientras escuchaba a mis espaldas el trajín del mercado. Lo que más me gustaba era sólo usaba una vieja navaja de afeitar y la tijera, no esa moderna máquina eléctrica de ruido mortificante.

En mi época de estudiante exiliado en Madrid, sólo una vez tuve que echar mano de una de esas cadenas de peluquería con luces y espejos. Creo que fue la única vez que me cortó el pelo una mujer. Para la cabellera que tengo, cualquier pelado iría bien, pero no... la chica no logró el corte añejo que buscaba. En Milán, a unos 22€ por servicio, prescindí de acudir a la peluquería y me metí mano yo solito con una de esas dichosas máquinas. El resultado fue un rapado al 3 que me hacía parecer un recluso trasquilado.

En Guate, casi al final de mi estancia y por mera curiosidad, acudí a una peluquería local donde por 10 quetzales (un euro, más o meno) me metieron la máquina y me esquilaron en ocho minutos. Creo que es el pelado más rápido que me han hecho nunca.

De vuelta a la pescadería, hace ya mucho tiempo que es su hijo Manolo quien procede. Con tijera por aquí, con máquina por allá y con navaja para perfilar cogote y patillas. En un plis plas me tiene listo. Da igual que le diga que "descargaito, que empieza a hacer calor" o "no me cortes mucho, Manolo, que luego a la señora no le gusta", el resultado es siempre el mismo. Quizás alguna vez lo corta medio centímetro más o menos, pero es difícil notar la diferencia.

Típica peluquería callejera, aunque no fue aquí donde todo ocurrió!
El lunes, hace ya un par de semanas, me dirigí a la barbería de enfrente del mecánico bajito y sonriente por recomendación de Richard, que ha cambiado la asfixiante Phnom Penh por la fresquita Katmandú. A dos esquinas de casa, el local tiene seis sillones de barbero antiguos con un par de espejos enfrentados. Dos peluqueros hacían su trabajo mientras otro, acomodado en uno de los sillones, dormía una siesta tranquila a la espera de clientes.

Uno de los peluqueros gritó algo y lo despertó. De un salto se incorporó, colocó bien el sillón y me colocó un babero gigante para recoger la pelambrera. Sólo con tijeras, como en los buenos tiempos del Puerto, el tipo logró un corte perfecto (a ojos de mi parienta, claro!). El crujir del pelo al pasar por la tijera se mezclaba con el ruido del tráfico de la calle y la música del móvil de la cajera, que era la encargada de recoger el parné antes de que los clientes marcharan.

Dicen que la moda de los barberos ha vuelto, pero es que no hay mayor placer que sentarte y ponerte en manos de un tipo armado con una buena navaja de afeitar. Cuando acabó con el pelo, reclinó el asiento y colocó el reposacabezas sin mediar más que un gesto de "qué? también afeitado, por lo que veo!". Asentí y procedió. Nada de espuma, masaje ni puñetas... una extraña loción que facilitó el paso de la navaja y poco más. Son raros estos camboyanos... cuando ya me había afeitado barba, bigote y patillas, se le ocurre afeitarme el saliente de pelo que tenemos a la altura de las gafas... eh? "no, bong! It's ok, it's ok". Habráse visto!

A la parienta le gustó, y tiene razón... ha hecho un buen corte y afeitado por 5000 rieles (poco más de un dólar veinticinco... algo menos de un euro!).

Lástima que ya no sean pelillos rubios ni castaños, este señor me ha dejado a la vista muchas más canas de las que tenía la semana pasada! ggggrrrr!


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